Haciendo un ejercicio de Lego Serious Play, constaté una vez más que a las personas nos gusta la complejidad muy por encima de lo sencillo. El trabajo era simple: construir una torre con piezas de Lego en 5 minutos y utilizando únicamente dos colores. Los resultados fueron (y siempre lo son cuando hago este ejercicio) tremendamente creativos, divertidos, espectaculares… y muy complejos. La pregunta con la que finalizo suele ser la misma: ¿Por qué os complicáis la vida? ¿Por qué nadie pone cuatro ladrillitos de lego uno encima de otro y ya está la torre?
Por algún motivo misterioso, los humanos rechazamos lo sencillo y preferimos lo complejo. Nos ocurre cuando decoramos nuestras casas, al hacer una presentación de Power Point o cuando tenemos que resolver algún reto, por pequeño que éste sea.
Quizá sea porque nosotros mismos somos sistemas complejos: Tenemos unos 100 trillones de células que se combinan para formar un todo y desde luego somos mucho más que la suma de las mismas. Somos impredecibles, conscientes y diferentes. De tal manera que cuando nos encomiendan una tarea elegimos la complejidad.
En nuestra búsqueda del éxito, la felicidad, el amor… nuestras canciones favoritas, películas, novelas y poesías son complejas. Incluso cuando ansiamos la simplicidad vamos hacia lo complicado. Si algo es sencillo, lo vemos como aburrido y fácil. Los psicólogos lo han demostrado muchas veces, las personas preferimos un grado medio de complejidad: si la tarea es sencilla nos aburrimos y si es demasiado compleja quedamos confusos. Además, cuanto más expertos nos hacemos en algo, más complejidad queremos.
Si hay algo sencillo en este mundo es el té o el café. Agua caliente y unas hierbas o unos granos molidos. Sin embargo nos encantan los rituales complejos y vamos a Starbucks y tenemos, según el Huffpost, literalmente 80.000 formas de combinar estas bebidas. Esto parece demostrar que vamos buscando la combinación perfecta. Por lo visto, es muy diferente el café instantáneo de la cafetera, a la exquisita selección de tipo de café, molido a mano, y utilizando una cafetera muy especial para que se produzca la magia. Es irrelevante si el café sabe o no mejor, el caso es que elaboramos complicados rituales alrededor de cosas sencillas, porque valoramos lo complejo.
El problema con estas soluciones complejas que nos encantan es que las probabilidades de que alguna de sus partes falle, colapsando el sistema son muy altas. Cuantas más variables estén implicadas, más posibilidades de fracaso tendremos. Y con él llega la frustración y la desesperación.
También es compleja nuestra comunicación y en muchos casos nos cuesta la vida decir las cosas de manera directa, sencilla y clara. Parecemos más inteligentes complicando muestro lenguaje y llenándolo de tecnicismos, y lo único que conseguimos con ello es alienar a nuestros oyentes. Muchos de los grandes pensadores del pasado, Platón, Marco Aurelio, Séneca, Buda… eran conocidos por su comunicación directa y su habilidad para condensar gran sabiduría en pocas palabras.
Claro que el mundo es complejo, sin embargo no lo ricemos más de lo que ya está. La solución a la búsqueda continua de complejidad la ideó el fraile Franciscano Guillermo de Ockham, y se llama principio de parsimonia o “navaja de Ockham”. Estipula lo siguiente: “En igualdad de condiciones, la explicación más sencilla suele ser la más probable”. A nivel práctico nos dice que cuando tengamos dos teorías sobre un mismo asunto, es muy probable que la más sencilla sea la correcta. Pienso que nos acercaríamos hacia una felicidad más sencilla y más real si la aplicáramos a todas esas tramas e hipótesis sobre nuestras relaciones, trabajos, jefes, amigos y parejas…
En el clásico experimento La superstición de las palomas, Skinner nos muestra como un grupo de palomas a las que se da de comer de forma aleatoria, acaban creando patrones que creen que son los que les proporcionan la comida. Una da vueltas en círculo, otra pega su cabeza a una de las esquinas de la caja… ninguna de esas conductas tiene relación con que les caiga la comida, pero esperar es demasiado sencillo, tiene que haber algo detrás.
Quizá la complejidad de todo este post me la habría ahorrado simplemente citando a Confucio: La vida es realmente muy sencilla, pero nos empeñamos en hacerla complicada.