La mayoría de nosotros tenemos dos vidas: la que vivimos y la interior que no vivimos. Nuestra felicidad va a depender de cuán separadas están y cuanta resistencia ponemos para que la brecha que las separa no desaparezca. Casi siempre suele ser miedo, sin embargo, tener miedo es una buena señal. Cuanto más miedo tenemos a hacer algo concreto, más sabemos que eso es importante para nosotros y que lo deberíamos acometer.
¿Querías ser bombero o enfermera de pequeño? ¿Has pensado alguna vez en entregar tu vida a ayudar a otros? ¿Alguna vez has querido ser madre, o periodista, o inventor, o escritor? ¿Te habría gustado estudiar medicina para ayudar a restablecer la salud de otros? ¿Eres un emprendedor que trabaja en un banco, un pintor que dirige un negocio o una actriz que dirige RRHH en una multinacional?
«Desde muy temprana edad, tal vez a la edad de cinco o seis años, sabía que cuando yo creciera debería ser un escritor. Entre las edades de unos diecisiete y veinticuatro años traté de abandonar esta idea, pero lo hice con la conciencia de que estaba ofendiendo mi verdadera naturaleza y que tarde o temprano tendría que sentarme y escribir libros «. George Orwell
Seguro que has oído alguna historia de alguien que fue diagnosticado de alguna grave enfermedad y cambió radicalmente su vida: dejó el trabajo y se dedicó los últimos años de su vida a lo que realmente le apasionaba, sea esto lo que fuere. Esas historias suelen acabar con que la enfermedad remite. ¿Necesitamos una prueba así para dedicarnos a nuestra pasión? No quiero decir que las enfermedades crónicas se curen simplemente haciendo uso de nuestro genio, poniendo nuestro valor al servicio del resto del mundo, pero, ¿debemos esperar a que la calavera nos mire desde sus cuencas vacías para que nuestras dos vidas formen una sola?
Mira en tu corazón, quizá todavía puedas oír la suave voz de tu genio. Es una voz familiar, la has escuchado decenas de veces. Antes era una voz potente y vigorosa, ahora puede que sea solo un murmullo, pero sigue ahí. Escúchala